“Aldemaro Romero”

EL NACIONAL

Antonio López Ortega, Martes 05 de Octubre de 2004

Tres producciones discográficas recientes han coincidido en la obra musical del maestro Aldemaro Romero. La primera: Aldemaro Romero y María Rivas en concierto, cuidadosamente editada por la Fundación para la Cultura Urbana lo muestra suelto al piano, recorriendo sus piezas más conocidas, junto a la voz siempre exótica de María Rivas. La segunda: Camerata Criolla en vivo es un prodigio de sonoridades y fusiones musicales que incluye sus piezas académicas Merengón y Fuga con pajarillo. Y la tercera Ilan canta Onda Nueva se plantea como una relectura en la que Ilan Chester recorre esa invención rítmica que el maestro Aldemaro concibió en los años 70 para proyectar la música venezolana en un formato más reconocible.

La coincidencia de estas tres propuestas no es gratuita. Se diría que responden al lento reconocimiento que se erige en torno a la figura del maestro y que quiere destacar en su obra una vocación inalterable, consistente con los años, en la que la música tradicional venezolana se vuelve moderna. En este sentido, quizás sea Aldemaro uno de los grandes traductores musicales del país, uno de sus grandes operadores, pues partiendo de los repertorios populares ha construido una sonoridad que reconocemos como propia pero que se abre con destreza y autoridad hacia los grandes géneros musicales de la condición urbana moderna: el jazz, el soul, el bolero, el son, el tango, la samba.

Convencido, como muchos otros músicos, de que los repertorios de la tradición musical venezolana merecen el mayor de los reconocimientos, su invención de la Onda Nueva fue en verdad la búsqueda de un formato que pudiera competir con otros géneros y situarse en los oídos del mundo como hoy están situados otros poderosos géneros musicales de Latinoamérica. Si la búsqueda por los caminos de la canción popular era uno de sus mayores empeños, también en el registro académico sus búsquedas no han sido menores. Escuchar, por ejemplo, la Fuga con pajarillo que magistralmente interpreta la Camerata Criolla es una digna muestra de cómo la sonoridad de una bandola o de un arpa llanera se puede transmutar en violines, violas y cellos.

El nervio que esa pieza transmite, su velocidad precisa como de caballos salvajes, el contrapunto insistente entre las líneas sonoras, eleva la musicalidad tradicional a unos niveles de complejidad inusuales, a la vez que retiene la rítmica sabrosa que siempre le reconocemos a un buen bandolinista cuando se desprende de cualquier arraigo e improvisa sobre la marcha. Igual impresión genera, también de manos de la Camerata, su Merengón : una pieza que evoluciona sobre la base de un merengue caraqueño, género que el maestro defiende como pocos al considerarlo único en el orbe continental y que incluso lo ha llevado a diferir de la tesis del maestro Vicente Emilio Sojo en cuanto a la base rítmica que lo sostiene. Una pieza tan evocadora como Carretera interpretada tanto por María Rivas como por Ilan Chester se me antoja como motivo emblemático de la canción popular venezolana. Su referente como el de tantas apuestas estéticas del siglo XX, comenzando por la novela País portátil de Adriano González León es el de la movilidad, es el de la realidad vista desde el desplazamiento perpetuo. Esa animosidad específica de quien atraviesa la sabana en automóvil y va trayendo recuerdos la visión de una niña traviesa, la evocación de un gavilán que para regocijo de quien imagina la trae de los cabellos desde una finca lejana es un retrato perfecto, es una imagen precisa, de una gran condicionante cultural: no considerar el sentido de la existencia de manera vertical, como quien penetra capas para llegar al alma, sino de manera horizontal, como quien pasa de un estado de ánimo al otro sin detenerse ni procurar entenderlos.

El maestro que es centro de atención, el maestro cuyo repertorio se rescata y reinterpreta, el maestro que revistan orquestas, ensambles y cantantes consagrados, el maestro que encarna a una de las grandes figuras de la composición popular venezolana del siglo XX, se le rinden día a día homenajes secretos y públicos. De los públicos, se reseñó en el pasado mes de agosto el que intentaron hacerle en Margarita músicos como Chuchito Sanoja, Eddy Marcano o María Rivas. Vale la pena subrayar la palabra intentaron porque una declaración del maestro en una emisora local horas antes del concierto el viejo arte de hablar mal de los gobiernos, del actual y de cualquiera del pasado; el viejo arte de hacer chanza de los políticos; el viejo arte de criticar y sostener una opinión adversa; hábitos que desaparecen de la escena pública porque tratamos con próceres y no con seres terrestres, escuchada seguramente por algún funcionario de turno, movilizó a unas huestes teledirigidas hacia el Margarita Hilton que amenazaron con quemar las instalaciones si el homenaje musical se llevaba a cabo.

La audiencia se quedó sin melodías, los músicos sin sus instrumentos y el maestro en la consternación de quien le ha entregado su genio al alma popular venezolana para que los advenedizos del momento tiren toda consideración al cesto de la basura. La perdurabilidad de la obra musical del maestro Aldemaro Romero, para la cultura venezolana de hoy y de mañana, sobrevivirá a todas las plagas. Sobrevivirá a la ignorancia, a la pobreza, al resentimiento, pero también al desmedro que tanto las viejas clases políticas como las nuevas han tenido por el verdadero gentilicio venezolano.